Era una
tarde plomiza del final del invierno. El cielo amenazaba lluvia desde primeras
horas de la mañana pero no había caído ni una gota. Ahora, que la tarde
comenzaba a agonizar, una suave brisa comenzó a soplar como preludio del chaparrón
que se avecinaba.
El
repiqueteo de la lluvia en los cristales fue lo que le sacó de sus cavilaciones
y, como si aún estuviera en las nubes, con cara de no comprender nada, su vista
se fijó en los chorritos de agua que poco a poco iban mojando el vidrio
recorriendo caprichosos caminos de arriba a abajo.
Al
mismo tiempo su mano tomó la estilográfica que reposaba junto al cuaderno y
comenzó a escribir sin siquiera ser demasiado consciente de ello. Al cabo de un
tiempo pareció despertar de golpe abandonando el sopor que le había tenido
maniatado y leyó lo que había escrito: le pareció mentira la forma en que había
contado todo un sueño.
Fascinante tu texto tiene sabor a vos
ResponderEliminarGracias por tu comentario, guapa. Besos
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