“Arturito
era tonto desde que lo compraron”, al menos eso es lo que le decía su primo
Enrique cada vez que el pobre metía la pata y es que Arturito no era lo que se
dice muy espabilado sino todo lo contrario era más bien simplón pero su primo
nos lo recordaba demasiadas veces, tantas que hasta el mismo Arturito llegó a
asumir su papel de “tonto del bote” de la pandilla.
Enrique estaba enamorado en silencio de
Carmencita la hija del dependiente del comercio de la esquina que también le
correspondía de la misma secreta forma y Arturito, como buen primo que era y
para tratar de congraciarse con Enrique, le contó a la chica los amores de su
pariente. Hasta consiguió concertar una cita sin decírselo y, dicho y hecho,
acompañó a Carmencita hasta el banco del parque donde había citado a Enrique.
Cuando Enrique les vio sentados juntos
en el banco la rabia y los celos hicieron mella en él con tanta fuerza que no
pudo reprimirse y fue a buscar a todos los de la pandilla para enseñarles algo
increíble.
Llegaron pues todos sin que nadie les
viera al banco donde charlaban Arturito y Carmencita y Enrique comenzó a
cantar: “El tonto y la tonta se quieren casar…“ No llegó más allá en su
venganza porque Carmencita se levantó como impulsada por un resorte y, con las
mejillas arreboladas le dirigió una mirada que atravesaría un muro de hormigón.
─ ¡Tú si que eres
tonto y, además, no tienes ni quien te compre! ─ le escupió más que
le dijo y salió corriendo hacia su casa con la decepción oprimiéndole el pecho.
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