No entendía la razón por la que le
habían mandado a aquel lugar. Él no hubiera pedido jamás semejante destino pero
no había tenido opción, le habían mandado y punto, no cabía discusión sobre el
tema porque donde hay patrón no manda marinero y eso es lo que hay, como cuando
su madre le ponía para comer lentejas: “el que quiere las come y el que no las
deja”. Por supuesto que siempre se las comía, sobre todo desde aquel día que no
las comió y su padre se las volvió a poner como menú diario durante dos días
hasta que acabó con el plato e incluso lo rebañó a base de sopas de pan.
La verdad es que Adolfito era muy
obediente y, aunque ahora tenía ya más de veinte años, no se le ocurrió ni por
un momento reclamar contra el destino que le habían adjudicado, se quedaría
hasta el final en aquella inmunda trinchera.
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