No
había tiempo que perder. Era totalmente imprescindible que llegaran a tiempo y,
sin embargo, aún no se habían puesto en camino, es más, aún no se habían
levantado de la cama y el despertador había sonado tres veces a intervalos de
diez minutos tal y como lo habían programado cuidadosamente antes de irse a
dormir.
Se
incorporaron al unísono como si estuviesen sincronizados y, en unos momentos,
la actividad dentro de la habitación se convirtió en frenética. Antes de lo que
pensaban, estaban ambos prestos a partir de inmediato.
Salir
del cuarto y bajar las escaleras fue todo uno, de manera que, en un santiamén,
estaban ya caminando a buen paso hacia su destino. Cuando divisaron a lo lejos
la luz del faro de levante respiraron aliviados porque la oscuridad era reina
del paisaje aunque ya podía vislumbrarse una cierta claridad en el horizonte:
estaban a punto de contemplar el primer amanecer del verano.
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