Sacado de mi poemario "Para Locos Bajitos".
No sé cómo se llama
el perro del
vecino,
los niños le
llamaban
“perro sin nombre”
y el perrillo
acudía
a sus llamadas
para jugar con
ellos
por las mañanas.
El perro del vecino
pulgas no tiene
ni tiene
garrapatas,
tampoco tiene
debajo del pellejo
ni tiene carnes
sólo tiene los huesos
porque no come.
El vecino no tiene
nada que darle
y el pobrecito
perro,
dale que dale,
se busca lo que
puede
en las basuras,
los niños de sus
casas
le traen la suya:
los medios
bocadillos,
los bollos duros
que el perro los
tritura
con sus colmillos
y meneando el rabo,
agradecido,
ladra con alegría
a los chiquillos
y juega al
escondite
con todos ellos
pero nunca “las
queda”
porque no sabe
contar hasta
cuarenta
ni taparse los ojos
con las dos manos.
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