El
disparo resonó en medio del silencio y su eco fue rebotando a lo largo de la
estrecha callejuela. El hombre y la mujer se miraron y luego se volvieron hacia
el segundo piso como queriendo adivinar si el sonido había salido de allí.
Mientras
el silencio volvía a rellenar la noche, la pareja corrió en dirección al sucio
farol que, a duras penas, intentaba iluminar la calleja. Mientra él consultaba
su reloj, ella se retocó mirándose en el pequeño espejo que había extraído de
su bolso.
No se
había extinguido del todo el último eco del disparo cuando un gran estampido
hizo temblar el empedrado suelo que estaban pisando a la vez que una gran
llamarada salía por todos los huecos de la casa ante la que habían estado
parados hacía tan solo unos segundos. Cristales hechos añicos volaron desde
todas las ventanas y cayeron sobre ellos. La mujer se llevó las manos a su
cabeza y las retiró manchadas de sangre en tanto que el hombre se sacudió con
el sombrero los pequeños alfileres de vidrio que cubrían su abrigo. Después se
volvió hacia ella que, en actitud de aturdimiento, se miraba con ojos
incrédulos la sangre que cubría sus manos.
Del
fondo de la callejuela surgieron dos fogonazos y, tanto la mujer como el
hombre, cayeron al suelo fulminados con sendos balazos en el corazón.
─ ¿Qué
ha pasado? ─ Preguntó alguien a voz en grito desde una ventana.
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