sábado, 12 de enero de 2019

La carta (1)


Cuando Rogelio Miranda abrió los ojos se encontró con la cara de Pedro, el cartero del pueblo, a unos centímetros de la suya, En lugar de sobresaltarse, como hubiera sido lógico, parpadeó, tragó saliva y, después de aclararse la garganta, vociferó:
─ ¿Qué pasa para que me mires con esa cara de besugo? ¿Es que acaso pensabas que me había muerto?
El cartero sí dio un salto hacia atrás que le dejó sentado en el suelo y con la boca abierta sin poder articular palabra.
─ Bueno, ¿me vas a decir lo que quieres o te vas a quedar sentado ahí todo el día? ─ Volvió a preguntar Rogelio que, como era duro de oído, siempre hablaba alzando la voz.
Pedro consiguió recuperarse del susto y balbuceó:
─ Es que te traigo una carta…
─ Una carta para mí, dices, eso debe ser una equivocación. A mí no me escribe nadie ─ Le cortó Rogelio.
─ Pues en esta dice bien claro: “Don Rogelio Miranda del Naranjo” y ése eres tú por muy cabreado que te pongas. ─ Se defendió el cartero alargándole un sobre.
De mala gana Rogelio cogió el sobre y, sin siquiera echarle una mirada, se volvió tumbar en la hamaca para seguir durmiendo la siesta.
─ Pero, ¿es que no la vas a abrir? ─ Insistió Pedro. ─ ¿Es que no te interesa lo que contiene?
─ Al que no le interesa es a ti, pedazo de cotilla. ─ Y se dio la vuelta para volver a conciliar el sueño.
Llevaba más de veinte años sesteando a la sombra del inmenso algarrobo que crecía delante de su casa y jamás nadie había osado despertarle, sobre todo si sabía el mal genio que se gastaba Rogelio y es que nuestro personaje vivía solo en aquella vieja casa que había heredado de sus padres y era un individuo huraño aunque, cuando alguien conseguía traspasar el muro que le defendía del resto de la Humanidad, encontraba a una persona amable y cariñosa que, precisamente por ello, intentaba protegerse de los demás en aquél caparazón de malhumor que espantaba a propios y extraños.
Rogelio Miranda del Naranjo era un hombre culto que, aunque metido ya en la cincuentena, seguía estudiando y leyendo todo lo que caía en sus manos. Había tenido una niñez feliz con unos padres que le educaron con cariño pero no exento de una disciplina que atendía a normas siempre explicadas razonadamente. Tenía una hermana a la que hacía ya mucho tiempo que no veía pues se marchó a recorrer el mundo, según dijo, y aún no habría terminado de recorrerlo porque no había vuelto y de eso habían pasado más de diez años en los que sus padres habían muerto por culpa de un desgraciado accidente y Rogelio, como no sabía dónde encontrarla, no había podido comunicarle el luctuoso acontecimiento así que seguiría viviendo feliz y contenta dondequiera que estuviese.


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