Le llamaban Teodorito y era hijo de la vecina de debajo
del piso de mi abuela. Cuando yo iba a casa de mi abuela procuraba pasar por
delante de su puerta sin hacer ni el más mínimo ruido porque, si no era así, a
los cinco minutos lo tenía llamando al timbre con su tablero debajo del brazo y
las fichas y los cubiletes en una cajita que llevaba en la otra mano.
Como quiera que su madre era la dueña del edificio y, por
ende, del piso donde vivía mi abuela, no tenía más remedio que jugar con él
para no desairar a la señora.
El idiota sólo quería jugar a “La Oca” y jamás consentía
en darle la vuelta al tablero para jugar al parchís pues decía que todavía no
se había aprendido bien las reglas del juego y yo le podría engañar.
Si no era imbécil, era lo siguiente…
una vez leí un artículo en el que decía que los nombres que nos ponían al nacer marcaban nuestras vidas, y ha de tener razón, porque Teodorito..... vaya tela!
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