domingo, 19 de mayo de 2013

La Fiera



Miró y remiró pero, por más que forzó la vista, no pudo alcanzar a ver sino la oscuridad más absoluta, y, no obstante, sabía que tenía que estar allí esperando agazapada a cualquiera que osara entrar en su guarida.
Lo peor del caso era que no sabía a ciencia cierta de qué clase de alimaña se trataba porque nunca la había visto ni nadie había sabido describirla o bien las descripciones que había escuchado eran tan diferentes y variadas que no le parecían verosímiles.
Llevaba ya bastante tiempo asomándose de cuando en cuando a la boca de la gruta pero nunca se había decidido a traspasar el umbral, y eso que siempre iba armado hasta los dientes y su condición física era inmejorable.
El día que cumplió setenta años se dirigió a la cueva y, totalmente desarmado, penetró resueltamente con una linterna como única compañía. Allí olía a fiera por todos los rincones pero él estaba completamente seguro de que lo que hacía no entrañaba peligro alguno…
Allí, sí allí, al fondo de la guarida estaba lo que quedaba de su enemigo: su osamenta pelada y medio destruida. Ya imaginaba que no podía ser de otra forma porque el cuento de la fiera que habitaba la gruta se lo contó su abuelo cuando él era pequeño.

2 comentarios:

  1. Hay que enfrentarnos a las cosas que tememos...

    Me ha gustado mucho.

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    1. Ya se sabe aquello de que tal vez no sea tan fiero el león como lo pintan.

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