Cuando
miramos algo conocido vemos si ha cambiado o no y nos situamos en el tiempo,
pero cuando lo que miramos es nuevo para nosotros, nuestra mirada se rejuvenece
de tal forma que nos situamos en un momento generalmente equivocado porque
nuestros ojos se resisten a envejecer y, a veces, cometemos torpezas como la
que cometió aquél anciano que se prendó de una joven sin darse cuenta de que
aquello no era más que una ilusoria manera de mirar lo nuevo. Menos mal que
cada mañana, cuando nos miramos en el espejo, tomamos conciencia cierta de
quiénes somos y de la edad que tenemos y, algunos días, nos entran ganas de
cerrar los ojos para no ver lo que el tiempo ha dejado de nosotros.
De
todas maneras la cosa no es tan grave como para deprimirse y sólo es cuestión
de darle alegría al cuerpo de vez en cuando y tirar p’alante que no es poco.
Lo
dicho, ¡a la Feria, que empezó anoche y tú no estabas!”
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