No sabía lo que le faltaba pero algo en su
interior le avisaba de ello. Seguramente sería una tontería que, por algún
motivo estúpido, se le había metido en la cabeza como esas canciones que, sin
saber el porqué, te pasas cantando todo el día y no hay manera de sacártelas
del pensamiento.
Cerró la puerta, dejó de lado su preocupación
y arrancó el coche poniendo rumbo a su agencia de viajes. Trabajó hasta el
mediodía y almorzó un bocadillo con una cerveza porque no le daba tiempo para
ir a comer a casa: tenía que trabajar toda la tarde en unas ofertas que había
de presentar antes de las siete a uno de sus mejores clientes.
Un suspiro de alivio se escapó de su pecho
cuando, después de terminar su labor, entregó el sobre con las ofertas en la
empresa de su cliente justo tres minutos antes de la hora fijada.
Camino de su casa iba pensando en cómo pasaría
el resto de la tarde: película de acción tumbado en el sofá con cervecita y
aperitivo, un rioja para acompañar a un par de huevos con jamón en la cena y un
gin-tonic para rebajar como digestivo…
Relamiéndose con estos pensamientos estacionó
y se dirigió a la puerta de su domicilio metiéndose la mano en el bolsillo para
coger las llaves… ¡las llaves!...
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