Hoy he pasado la mitad de la mañana en la
barra de un bar. Llegué al poco de que abrieran las puertas, a eso de las ocho
de la mañana, y pedí un café bien cargado y una tostada con aceite de la
tierra. Me sirvió una chica rubia con cara de niña que me aconsejó completar mi
tostada con tomate y jamón. Yo, que todavía no me había despertado del todo, no
le contesté pero ella, que comprendió mi falta de frescura mental, decidió que
su propuesta sería satisfactoria para mi y me puso el desayuno en un abrir y
cerrar de ojos.
Agradecido por su acertada decisión, que
me puso en contacto con el mundo real, le pedí el periódico del día y ella
diligentemente me lo acercó.
Como estoy en el paro, me fui
directamente a la sección de anuncios y encontré el siguiente:
“Se busca persona corriente que no sea
demasiado exigente con el tipo de trabajo a realizar. Absténganse los que no
tengan disponibilidad de cambio de residencia.”
Y, a continuación, había un teléfono.
Pasé a mirar los demás por si había
alguno que se ajustase más a mi curriculum pero no encontré nada de nada. Seguí
leyendo por encima el resto de las secciones del diario y, cuando terminé de
darle un repaso, pedí la cuenta.
Pagué los dos euros que costaba el
desayuno y me dirigí a la puerta pero antes de abrirla sentí un impulso
irrefrenable de volver a mirar el periódico. Volví sobre mis pasos y lo abrí al
azar. Cual no sería mi sorpresa cuando observé que tenía ante mis ojos el
dichoso anuncio. Pensé: Por llamar para preguntar no se pierde nada… y, dicho y
hecho, marqué el teléfono de contacto y me contestó una voz masculina bien
timbrada: López y Díaz Asesores, dígame lo que desea. Llamo por lo del anuncio
del periódico, contesté. Si desea una información más completa podemos ir a
visitarle esta misma mañana, dijo la voz. Verá estoy de paso por aquí y…,
repuse. Pues no se hable más, dígame dónde se encuentra y uno de nuestros
colaboradores se encontrará con Vd. en el plazo de una hora, se ofreció mi
interlocutor. Sopesé un momento mi decisión y al final acepté la cita.
Mientras esperaba mi cabeza no dejaba de
darle vueltas al posible trabajo que me iban a ofrecer, leí y releí cien veces
el anuncio pero no podía imaginar de qué tipo de trabajo se trataría.
El tiempo pasaba lentamente y mi
impaciencia iba en aumento. La primera media hora la resistí estoicamente pero,
a medida que se acercaba el momento de la cita, mi cerebro se convirtió en un
hervidero de ideas que amenazaba con volverme loco.
Cuando el tiempo anunciado acababa de
cumplirse, sonó mi teléfono. ¿Es Vd. la persona que llamó hace una hora
preguntando por el trabajo que se anunciaba en el periódico?, preguntó una voz
de mujer. Sí, sí, soy yo, contesté un poco acelerado. Pues siento decirle que
el trabajo ya ha sido adjudicado a otra persona, me indicó ella. Más lo siento
yo, señorita, que ya me había estado haciendo ilusiones, dije con un hilo de
voz.
Colgué el teléfono y, contra lo que
podría pensarse, una sensación de alivio recorrió todo mi cuerpo. ¡Cualquiera
sabe el trabajo que me hubiera tocado en suerte sabiendo que, según el anuncio,
lo podría llevar a cabo una persona corriente!