Los
caballos de vapor son invisibles. A esta afirmación llegó mi tío Eustaquio
después de escudriñar durante meses el contenido del capó de su coche. Y es que
mi tío, además de constante y persistente en las tareas que emprende, es
cabezón pero no porque tenga la cabeza grande sino porque cuando se le mete
algo entre ceja y ceja cuesta la misma vida convencerlo de que ese algo no es
verdad o no vale la pena dedicarle ni un minuto de su, por otra parte, aburrida
vida. Claro que, si su vida no fuese aburrida a más no poder, seguramente no se
dedicaría a elucubrar sobre la invisibilidad de los caballos de vapor que es
por donde empezamos este estúpido escrito y, o mucho me equivoco, o no nos va a
llevar a ninguna parte.
Como el gobierno de
Rajoy, ¿o no?
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