martes, 4 de junio de 2013

Ya era tarde



Llevaba un par de horas andando por el polvoriento camino cuando divisó una línea de vegetación a unos doscientos metros que le hizo pensar en la frescura de un arroyo.
Dirigió sus pasos hacia la floresta a campo través, pues el camino seguía una dirección paralela, y en pocos minutos pudo sentir el alivio de la sombra de los árboles.
Se internó en el bosque de galería y, al poco, escuchó el sonido del agua que no tardó en ver. Era un riachuelo de unos diez metros de anchura y cristalinas aguas que le saludaron con un acogedor rumor.
Se acercó a la orilla y no pudo resistir la tentación. Se quitó los zapatos e introdujo los pies en la fresca corriente. ¡Qué placer! Después del tiempo que había estado caminando aquello se le antojó el Paraíso.
Miró a su alrededor para disfrutar de la vista y entonces fue cuando las ramas de un árbol movidas por una repentina brisa le mostraron un cartel: “PELIGRO, PIRAÑAS”.

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