Llevaba
un par de horas andando por el polvoriento camino cuando divisó una línea de
vegetación a unos doscientos metros que le hizo pensar en la frescura de un
arroyo.
Dirigió
sus pasos hacia la floresta a campo través, pues el camino seguía una dirección
paralela, y en pocos minutos pudo sentir el alivio de la sombra de los árboles.
Se
internó en el bosque de galería y, al poco, escuchó el sonido del agua que no
tardó en ver. Era un riachuelo de unos diez metros de anchura y cristalinas
aguas que le saludaron con un acogedor rumor.
Se
acercó a la orilla y no pudo resistir la tentación. Se quitó los zapatos e
introdujo los pies en la fresca corriente. ¡Qué placer! Después del tiempo que
había estado caminando aquello se le antojó el Paraíso.
Miró a
su alrededor para disfrutar de la vista y entonces fue cuando las ramas de un
árbol movidas por una repentina brisa le mostraron un cartel: “PELIGRO, PIRAÑAS”.
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