Bajo el arrullo de las tórtolas
la tarde se acostaba soñolienta,
los rabilargos buscaban el cobijo
en las ramas de los álamos del río
mientras la noche comenzaba ya a cubrirlo todo
con su manto de estrellas tachonado.
El niño, impaciente, lo miraba
a través del cristal de la ventana
esperando la cena en la cocina
porque luego, después, junto a la lumbre,
comenzaba para él la hora del cuento.
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