Despertó
cuando la luz del sol que se filtraba por las rendijas de la persiana le dio en
los ojos que, aunque cerrados, reaccionaron y se abrieron de golpe como si un
resorte les hubiera empujado.
Instintivamente
alargó el brazo tanteando sin mirar el otro lado de la amplia cama pero nada
hacía sospechar que allí hubiera dormido nadie, sin embargo, tenía la sensación
de haber pasado una noche más que tumultuosa. Habrá sido un sueño, pensó, pero
el sueño lo tenía la mar de fresco en su conciencia:
Él la
había estado mirando descaradamente durante un buen rato y, cuando fue al
tocador para retocarse, la estaba esperando y, sin más preámbulos, la había
estrechado entre sus brazos y la había besado como nunca nadie lo había hecho
antes o, al menos, así lo recordaba…, pero, al parecer, sólo había sido un
sueño erótico tal vez provocado por la bebida y el largo periodo de abstinencia
que llevaba desde que dejó plantado a su último novio.
Bueno,
se dijo, basta ya de elucubraciones mentales que, aunque sea sábado, siempre
hay cosas que hacer y en la cama no es posible…
Tanteó
debajo de la cama buscando sus zapatillas y… lo que sacó no era precisamente
una zapatilla sino un zapato de hombre de la talla cuarenta y uno.
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