viernes, 17 de marzo de 2017

La espera (conclusión)



Aquél maldito reloj le estaba volviendo loco con sus campanadas… pero, ¡era imposible que diese campanadas porque era un triste reloj de oficina de los que funcionan con pilas!… bueno, su madre había tenido uno en la cocina que daba las horas con cantos de pájaros, pero campanadas no, eso no era posible en un reloj de ese tipo… pero entonces ¿por qué escuchaba aquellas campanadas cada vez que se cumplía una hora? o quizás sería mejor decir cada vez que se descumplía una hora pues le iba quedando menos tiempo.
¿Sería que ya se había vuelto loco de remate y estaba sufriendo alucinaciones auditivas? ¿Estaba esquizofrénico acaso? No, pero sí estaba aterrado, completamente aterrado, cada minuto que pasaba le hacía sentirse más seguro de ello y es que no tenía salida… aquello era el fin, su fin y no podía hacer nada para remediarlo, ni esperar ayuda de ninguno de sus amigos porque, realmente, no tenía amigos… se había dedicado a aprovecharse de todos ellos y ahora engrosaban el ejército de sus enemigos, los mismos que le llevaron ante el tribunal y le acusaron de crímenes que había cometido e incluso de los que no había cometido y le condujeron a una condena de muerte que debía cumplirse al amanecer del siguiente día y para eso sólo faltaban… ¡OH, Dios! ¡Cada vez faltaba menos tiempo!... y, ahora que volvía a sonar el reloj,… una hora menos.
No lo hubiera creído si alguien le hubiera dicho que iba a suceder aquello pero la verdad es que él lo tendría que haber previsto. Un abogado de su experiencia no podía dejar cabos sueltos a la hora de preparar un caso y aún menos “su caso” pero lo cierto es que se confió a su capacidad de influenciar al jurado con su oratoria y he ahí las consecuencias de la improvisación. Ahora sólo le quedaba dar la talla y no perder los papeles a la hora de ir al cadalso,... bueno, a donde fuera que se fuese a cumplir la sentencia… El ruido de las llaves al abrir la cerradura de la puerta le sacaron de su soliloquio.

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