Nunca
se lo perdonaría… no el haberlo hecho en sí, sino el haberlo hecho de una forma
tan chapucera… un experto como él y había caído en la trampa más tonta: las
prisas.
“Vísteme
despacio que tengo prisa” volvió a su memoria la frase que una y otra vez le
repetía su madre cuando hacía las cosas a la carrera para explicarle que había
que hacerlo bien aunque le llevara más tiempo y eso es lo que había sucedido
por enésima vez pero ahora era un error imperdonable y así se lo repetía a sí
mismo una y otra vez que, como una gotera, le iba horadando el cerebro poco a
poco.
Después
de los errores venía la hora de los arrepentimientos pero ya era tarde, ya no
tenía remedio… bueno, sí, tenía remedio pero no era ni mucho menos el remedio
deseado sino un remedio parejo a una situación terrible y en el que no quería
ni pensar pero que sabía se aproximaba inexorablemente… Otra campanada del
reloj y otra hora menos…
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