Se
sentía mal, se sentía peor que mal, era una sensación que nunca había tenido
antes y que le producía una desazón indescriptible. Estaba seguro que aquél
estado era consecuencia directa de lo que había sucedido aquella misma mañana
pero no sabría explicar el porqué.
Trató
de distraer su atención mirando por la ventana pero todo fue en vano, no podía
apartar aquello de sus pensamientos que ya le machacaban el cráneo como si de
un martillo se tratase haciéndole sentir incluso dolor físico.
Antes,
un tiempo atrás, nunca hubiera pensado que se encontraría en una situación
semejante a la que le estaba haciendo padecer ahora las penas del purgatorio o,
al menos, así le parecía.
Además
las horas parecían pasar a cámara lenta, las agujas parecían arrastrarse por la
esfera del reloj de pared que tenía frente a sí como si una fuerza invisible y
desconocida quisiera detenerlas definitivamente… Pensó: “Quizás así tarde más
en llegar esa hora o, quién sabe, si de esta manera no llegará jamás”. Pero no,
bien sabía él que ese momento llegaría cuando tuviese que llegar, ni antes ni
después, era su momento y no cabían aplazamientos de última hora que sólo
suceden en las películas de suspense y ese no era el caso ni mucho menos,
aquello era real como la vida misma… “como la vida” ¡qué sarcasmo! Y lo pensaba
quien había hecho de la ironía casi su razón de ser, “el maestro de la ironía
hiriente y humillante” habían dicho de él quienes le conocían y asistieron a
sus muchas acciones para defenestrar a alguien que le estorbara en su camino
hacia el poder… El sonido de la campana del reloj le vino a anunciar que
faltaba una hora menos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario