Nadie
había venido a decirle nada, ni siquiera una llamada de teléfono. No podía ser…
¿habría dejado suficientes pistas? ¡Cómo podían ser tan inútiles! ¡Si la cosa
estaba clarísima! Y, además, todo debía conducirles hasta él porque no había
otra posibilidad que tuviera visos de realidad.
Ahora
sí, había escuchado claramente unos pasos en el rellano de la escalera… pero
no, oyó como alguien llamaba en la puerta de al lado y, después de una corta
conversación que trató de escuchar sin conseguirlo con la oreja pegada a la
puerta, quienquiera que fuese el visitante se largó como había venido.
Resignado
se sentó en su butacón favorito, se sentía abatido, sencillamente lo que le
estaba sucediendo no era posible, iba a perder la oportunidad de su vida de
hacerse famoso por culpa de cuatro ineptos,… miró el teléfono como si
presintiera que iba a sonar… pero no. Ya no pudo aguantarse más, levantó el
auricular para llamar a la policía y confesar que él era el asesino.
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