A
tientas buscó el interruptor y, cuando lo pulsó, sonó un leve chasquido pero no
se hizo la luz. Siguió tanteando infructuosamente la oscuridad absoluta que
reinaba en la estancia pero no se rindió y obtuvo el premio que ansiaba
desesperadamente: sí, allí estaba ella reposando en el lecho donde la dejó
hacía ya varios días.
Acarició
su cuello suavemente sin producir ni el más mínimo ruido y siguió descendiendo
lentamente para siluetear sus curvas deliciosas sintiendo que su suavidad le penetraba
hasta lo más profundo. La tomó en sus brazos y, con el sentimiento a flor de
piel, volvió a pulsar sus cuerdas para estremecerse con su melodía como pasaba
siempre que la abandonaba por un tiempo.
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