Era
medianoche, la oscuridad reinaba hacía ya al menos cuatro horas y los perros no
paraban de ladrar. Atisbó por una rendija de la persiana pero no pudo ver nada
tanta era la ausencia de luz. Se quedó absolutamente inmóvil y callado para tratar
de detectar algún ruido, aunque fuera sólo un rumor, pero nada se oía.
Los
perros seguían con su coro de ladridos incesante. Se estaba poniendo
francamente nervioso. El vecino, pensó, podría haber tenido gatos que no arman
tanta escandalera y él estaría más tranquilo para romper el cristal de la
ventana y entrar a perpetrar su primer robo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario