martes, 22 de enero de 2013

El billete de lotería



La noticia corrió por el pueblo como un reguero de pólvora. Nadie sabía la identidad del agraciado o la agraciada en el sorteo de la lotería pero aseguraban que vivía en el lugar y hasta allí se habían desplazado los medios de comunicación encabezados por las televisiones y las emisoras de radio, seguidos de los reporteros y fotógrafos de todos los periódicos del país.
Según había planteado un sesudo contertulio de un programa de radio, la cosa no se presentaba demasiado difícil porque el censo de la minúscula población apenas rozaba el centenar de personas y, al parecer, el poseedor o la poseedora del billete completo del número premiado residía en la localidad.
Los representantes de los mass media se agolpaban en la barra del bar donde se decía que se había vendido el premio gordo, tres millones de euros, que ahí es nada con la crisis que el personal estaba padeciendo desde hacía ya unos años. Todos los micrófonos se tendían hacia el dueño del local, las cámaras estaban pendientes del más pequeño de sus gestos y los reporteros afinaban el oído para no perderse ni una coma de lo que iba a decir el feliz hostelero que mostraba una sonrisa de oreja a oreja y hacía gestos con sus manos para tratar de acallar la algarabía reinante.
Por fin, paulatinamente, el silencio se hizo en el salón y el dueño hizo ademán de que iba a comenzar su declaración:
─ Señores y señoras de la prensa, radio y televisión ─ empezó diciendo con mucha solemnidad ─ Queridos convecinos y convecinas, me maravillo al ver como un suceso de este calibre ha conseguido lo que mi familia y yo no habíamos conseguido antes…
No le dejaron terminar, estaba claro que él era el poseedor del tesoro buscado y, en un arranque de fervor colectivo le arrebataron de detrás de la barra y le llevaron a hombros hasta la puerta del Ayuntamiento vitoreándole a voz en grito mientras recorrían las cuatro calles de la villa. Al llegar a la Casa Consistorial el Alcalde le recibió con un fuerte abrazo y le condujo, protegido por los tres municipales del pueblo, hasta el balcón que presidía la fachada del consistorio. Una vez que se calmó el alboroto y empezaron a menguar los flases de los reporteros gráficos, el hombre pudo dirigirse de nuevo al auditorio:
─ … como había empezado a contaros, sólo un suceso como éste ha logrado lo que mi familia y yo llevamos deseando desde hace unos años, es decir, hemos conseguido llenar el bar pero yo no he vendido ningún billete de lotería…
El murmullo de decepción que recorrió la plaza fue seguido de una retirada rápida y ordenada de los vecinos y de los medios de comunicación. En menos que canta un gallo el hombre se vio solo pues el Alcalde y los municipales también tomaron las de Villadiego.
─ La verdad sea dicha ─ dijo sin que ya nadie le escuchara ─ es que yo no lo he vendido sino que lo he comprado.

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