Siempre
que contaba un cuento ponía una voz especial para interesar más a sus pequeños
oyentes:
─ La
noche era negra y oscura como la boca de un ogro…
─ ¿Por
qué las bocas de lo ogros son negras, mamá? ─ preguntó el más pequeño.
La madre
hizo una pausa pero no contestó, miró al hijo de soslayo y continuó con su
historia:
─ … los
árboles del bosque eran sombras amenazadoras apenas perceptibles…
─ ¿Por
qué eran amenazadoras si eran sólo árboles? ─ volvió a interrumpir el mismo.
La
madre entornó los ojos y en un alarde de infinita paciencia continuó el relato:
─ … y
entre la espesura brillaban feroces los ojos del cazador que acechaba escondido
el paso de su inocente presa…
De
nuevo la voz del hijo la interrumpió:
─ ¿Y
por qué era feroz?
Ella,
decidida a no enfadarse, respondió saliendo de la lobera:
─
Mañana, si estás calladito, te terminaré de contar el cuento de “El Cazador
feroz y los siete lobeznos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario