jueves, 10 de enero de 2013

Infidelidades



Si hubiera sido sordo como una tapia seguramente que me habría ahorrado un montón de problemas, pero como no es el caso pues me encuentro en un atolladero que vaya Vd. a saber cómo me las arreglo para salir del paso sin dejarme el pellejo (es un decir) en el envite.
Sucedió anteayer y desde entonces estoy en un sin vivir. Me encontraba desayunando en un velador del bar de enfrente cuando ellas vinieron a sentarse en la mesa que estaba junto a mí. Eran dos vecinas de mi bloque y para no dar nombres, diré que una era rubia y otra morena, bien parecidas y vestidas con ropa deportiva que habían salido a hacer footing y, al terminar su ejercicio, se disponían a desayunar como estaba haciendo yo mismo.
─ La verdad es que mi marido todavía no lo sabe ─ disparó una de ellas nada más tomar asiento.
─ Pues anda que el mío ─ respondió la morena ─ si supiera lo del  lechero…
─ ¿Pero no sabe lo del lechero? ─ se escandalizó la rubia.
─ Lo cierto es que hace ya diez días que no le veo.
─ ¿A tu marido?
─ No, hija, que pareces tonta, al que no veo es al lechero.
─ No me extraña ─ abundó la rubia ─ tú es que no eres constante en nada.
─ Pues tú no eres precisamente lo que se dice un modelo de fidelidad, y si no acuérdate del que dejaste plantado la semana pasada ─ se defendió la morena.
─ Vamos a dejarlo que viene el camarero y no quiero que le dé tres cuartos al pregonero.
El camarero se acercó y les preguntó por lo que deseaban desayunar y, una vez tomó nota, se alejó para pedir la comanda en el mostrador.
─ Pues a mí ─ dijo con displicencia la morena ─ me importa un pimiento que se entere todo el barrio, … ¡qué digo el barrio!,  como si se entera medio país, a mí plim.
─ ¡Hija, eres de lo más valiente! Pero a mí me importa que se sepa lo del panadero, sobre todo porque es amigo de mi marido.
Decidí que no debía seguir escuchando porque la cosa se estaba poniendo peliaguda y a mí no me interesan los trapos sucios de nadie así que llamé al camarero, la pagué la cuenta y salí pitando para mi casa.
El cartel de averiado me recibió cuando quise tomar el ascensor y me disponía a subir por las escaleras cuando se abrió la puerta del mismo y una señorita vestida como las azafatas de congresos salió de él, quitó el cartelito que seguramente había puesto para que no le quitaran el ascensor y se dirigió a mí con una sonrisa que estuvo a punto de derretirme:
─ Estamos haciendo una promoción del nuevo súper de la esquina …
─ ¿Ah, sí? ─ fue todo lo que fui capaz de articular sin quitarme la cara de estúpido.
─ Le ofrecemos, entre otras ofertas, dos barras de pan y una caja de leche por dos euros. Si hace el pedido hoy se lo traemos a casa durante un mes sin cargarle nada. ¿Qué le parece?
Por supuesto que firmé y dejé colgados al panadero y al lechero de toda la vida. Entré en mi apartamento y volví al asunto de las infidelidades de mis vecinas que me trae por la calle de la amargura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario