La
verdad sea dicha es que nunca tenía tiempo y si procuraba hacer un hueco en su
quehacer cotidiano, en seguida se le ocupaba con esto o con lo otro sin que
pudiera remediarlo en modo alguno.
Las
posibilidades de dedicarse a lo que realmente le gustaba iban disminuyendo
paulatinamente al par que su edad avanzaba y, en un momento de lucidez, le vino
una idea genial: Cuando se jubilase tendría todo el tiempo del mundo para hacer
todo aquello que aún no había podido realizar. Este pensamiento le relajó y,
prácticamente, su ansiedad desapareció.
No pudo
estar demasiado tiempo en ese estado de paz y sosiego porque su inquieto
cerebro comenzó de nuevo a aporrearle el ánimo con problemas irresolubles:
¿Y si
entonces (cuando se jubilase) su salud fuera tan mala que le impidiese hacer su
capricho? ¿Y si ya no tuviera fuerzas para nada? ¿Y si no tuviese dinero
suficiente? ¿Y si…?
Después
de machacarse el ánimo durante un tiempo pensó que era demasiado aprensivo,
total para mirar el paisaje y no hacer absolutamente nada tampoco le haría
falta demasiada salud ni demasiado dinero.
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