jueves, 15 de enero de 2015

Le pareció barato



Levantó de golpe la persiana y la luz del sol le deslumbró haciéndole cerrar los ojos para después abrirlos poco a poco a fin de acostumbrarse al radiante día que, no hacía mucho, acababa de nacer.
El paisaje era de lo más inquietante pues salpicadas aquí y allá había matas resecas de plantas espinosas que constituían toda la vegetación de una llanura eterna de la que no podía vislumbrar el final: era un panorama que olía a muerte por doquier.
Cuando llegó a la casa era de noche y, con el cansancio que traía encima, ni siquiera se había ido fijando en la parte que alumbraban los faros del coche. Se despertó al llegar pero con la luz de la linterna de su acompañante no había visto lo que ahora le tenía casi al borde de un ataque de nervios: le habían engañado como a un chino (es un decir) porque aquella ganga que le habían vendido no tenía nada que ver con una huerta de frutales y es que, como decía su abuelo, “las cosas hay que verlas con luz y taquígrafos antes de comprarlas” aunque realmente los taquígrafos no hacían ninguna falta.

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