Como no
podía ser de otra manera Antoñita estaba eufórica por la suerte que había
tenido: Encontrarse en medio de la acera una cartera con cinco mil euros.
Lo malo
es que tenía un carnet de identidad que ponía de manifiesto quién era su dueño,
y el fulano era uno de los personajes más indeseables de la ciudad.
Se acordó del refrán y se quedó con
ella. Eso sí, devolvió el carnet.
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