sábado, 24 de enero de 2015

Urgencia médica



La madrugada había sido tumultuosa pues aquella tormenta que parecía romper el cielo con sus truenos e iluminar con la luz fantasmagórica de sus relámpagos el bosque que, de otra manera, hubiera sido tenebroso, no le había permitido pegar ojo por más que lo había intentado infructuosamente haciendo uso de todas las técnicas de relajación que había aprendido a lo largo de su vida profesional.
Si hubiera sabido que se iba a quedar sin gasolina en medio de la nada en una noche lóbrega como la que acababa de pasar no lo hubiera creído por más que alguien se lo hubiera asegurado pero el hecho era que por aquella carretera, que no debía llevar a ninguna parte, no había pasado nadie a lo largo de más de seis horas.
Ahora que el alba despuntaba por oriente, su vista percibió a contraluz un objeto que se aproximaba lentamente: No era otra cosa sino una desvencijada camioneta cuyo motor tableteante se comenzó a escuchar bastante antes de que el vehículo llegara a sus alcances.
Vaya, doctor, ¿qué le ha pasado? Le esperábamos anoche para la cena y mi señor está cada hora que pasa un poco más débil. Dijo con voz grave un individuo calvo y jorobado saltando con una agilidad impensable desde el asiento del conductor.
Nada, Igor, simplemente me he quedado sin gasolina. ¿Serías tan amable de remolcarme hasta el castillo del señor Conde?...

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