El Carnaval se le echaba encima y no
tenía ni puñetera idea de cuál iba a ser su disfraz.
Primero fue a todas las tiendas de
chinos que había en la ciudad pero no encontró nada que fuese suficientemente
original como para colmar sus deseos. Después miró y remiró todas las páginas
de Internet que tenían relación con la venta de disfraces e, incluso, con la
confección de los mismos pero nada servía a su idea de originalidad. Quería ser
único en la calle cuando se paseara ante sus convecinos.
Cuando estaba a punto de arrojar la
toalla y tomar la decisión de irse de viaje para no sufrir y ocultar la cabeza
como el avestruz, una idea le iluminó el semblante, subió al trastero y abrió
el baúl de la abuela: allí estaba todo lo que iba a necesitar. ¿Cómo no se
había dado cuenta antes teniéndolo tan cerca? Cogió una bata vieja de
lunaritos, un pañuelo para la cabeza y una talega a la que hizo dos agujeros
para los ojos,… ¡Ah! Y el periódico de ayer.
¡¡Qué
Torpeee!!
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