Cuando la reja se cerró a sus espaldas
comprendió cuán complicado iba a ser el escapar de allí o al menos eso es lo
que parecía pues los calabozos son lugares para encerrar a la gente y que no
puedan salir quedando privados de libertad durante un tiempo.
Poco a poco sus ojos se fueron
acostumbrando a la penumbra que reinaba en el lugar donde le acababan de
encerrar. Dos camastros, un cubo de zinc para defecar y un ventanuco que se
vislumbraba a duras penas porque estaba tapado con un trozo de saco mugriento.
Inspeccionó los jergones para elegir
uno y le pareció que uno de ellos estaba más caliente que el otro así que se
decidió por este último. Se acercó al ventanuco y retiró a medias el saco que
lo cubría…
─ ¡No podía ser! ─ casi gritó pero pudo
sujetar su lengua a duras penas.
Lo que sus ojos le acababan de mostrar
era que los barrotes estaban aserrados y dejaban espacio suficiente para
escapar por allí. En un principio pensó que podía tratarse de una trampa y, en
cuanto asomase la cabeza, le pegarían un tiro y a otra cosa mariposa que ya
había visto cosas parecidas en las películas que ponían en la sesión matinal
del cine de su barrio, pero quiso hacer una prueba sacando por el hueco el
apestoso cubo de las deposiciones… Nada, no se produjo ningún disparo ni ruido
alguno que pudiera inquietarle. Entonces decidió arriesgarse y se escurrió a través
del ventanuco hasta dejarse caer al suelo al otro lado del muro.
─ ¿Has dejado ya de hacer tonterías? ─
escuchó que alguien le hablaba con voz queda a su lado.
Dio un respingo y su corazón se puso a
mil por hora: ¡Le habían descubierto!
─ ¡Vamos! Deja de encogerte que no te
voy a matar, ─ le susurró la voz ─ si quieres salir de aquí sígueme y no hagas
ningún ruido.
Entre las sombras del crepúsculo siguió
rápidamente a quien le habla hablado y, sin mediar palabra, llegaron hasta la
orilla del río cuando la noche ya acababa de caer. Su sombra acompañante
rebuscó bajo unos matorrales y comenzó a tirar de algo que, con la oscuridad,
no podía identificar pero la voz le sacó de sus dudas.
─ Ayúdame a sacar la piragua ─ le dijo
señalando el objeto que había bajo los matojos.
Se pusieron a la tarea y consiguieron
sacar la embarcación que inmediatamente pusieron en el agua sin producir ni el
más ligero chapoteo.
─ ¿Quién eres? ─ Preguntó a la sombra.
─ No te preocupes ahora por mi nombre,
que seguramente no te dirá nada, y sube a la canoa para que nos alejemos de
aquí lo más pronto posible ─ respondió su interlocutor subiendo a bordo y
cogiendo un remo para poner en marcha la embarcación.
Bogaron durante más de una hora por el
río a favor de la corriente sin percibir ninguna señal de que su huída había
sido descubierta. De su acompañante solo vislumbraba la espalda delante de él
hacia la proa de la piragua.
Las luces de una pequeña población se divisaban
a unos centenares de metros pero, como el cielo estaba nublado, la luna no
delataría su presencia así que se dejaron arrastrar por las aguas para evitar
el sonido de los remos hasta que dejaron atrás los últimos vestigios del
poblado. El cansancio de la frenética actividad del día anterior le hizo caer
en un sopor que dio paso a un sueño profundo.
Despertó empapado en sudor y con una
extraña sensación en el estómago amén de un dolor de cabeza que le machacaba
las sienes como si una mordaza le presionara. Miró a su alrededor esperando
encontrar la floresta y el río pero todo lo que observó fue el mobiliario de su
propio dormitorio… sólo había sido un sueño.
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