El
ruido de las olas al romper mansamente en la arena de la playa era lo único que
se escuchaba en el silencio de la noche. Aquél rumor que otras veces le había
servido para dormirse ahora se había vuelto contra él y estaba a punto de
sacarle de quicio, tal era su estado de ánimo después de lo ocurrido el día
anterior.
Aquél
era un verano de los más calurosos que recordaba y la mañana ya advertía con su
bochorno de lo que iban a ser las horas centrales del día, cuando hasta las
chicharras dejaban de cantar por lo elevado de la temperatura.
Tony
cogió su tabla de windsurf y se dirigió resueltamente hacia la orilla. El
viento caliente de tierra infló su vela en cuanto se puso de pié sobre la tabla
y comenzó a arrastrarle mar adentro como tantas y tantas veces había pasado a
lo largo de los años que llevaba practicando su deporte favorito.
Estaba
tan ensimismado contemplando la caprichosa gama de azules que presentaba el mar
que, cuando quiso darse cuenta, dejó de ver la costa que debía ser su referencia
para volver.
En
principio no se puso nervioso y cambió la orientación de la vela para marchar a
contraviento pero en ese mismo instante el viento dejó de soplar, se instaló
una calma chicha y negros nubarrones cubrieron el cielo dando al traste con su posibilidad
de orientarse por el sol.
Se
sentó en la tabla y dejó caer la vela que quedó flotando en el agua. Poco a
poco, y con el suave balanceo, un sueñecillo se fue apoderando de él. No tenía
idea de cuanto tiempo habría transcurrido cuando un chapoteo le sacó de su
sopor. Miró hacia el lugar de donde procedía el ruido y solo acertó a ver el
extremo de un par de colas de pez que se hundían bajo el agua y volvió a
sumirse en el sueño quedando exánime tumbado sobre la tabla. Le pareció
escuchar entre sueños voces de mujeres pero no consiguió abrir los ojos.
La
tarde agonizaba cuando Tony recobró el sentido y se encontró tumbado en la
arena de la playa. Su tabla se encontraba a pocos metros de él y fuera del
alcance de las olas que le lamían suavemente los pies. Instintivamente dirigió
su mirada hacia el mar y creyó vislumbrar un par de cabezas que se hundían en
el agua. Esperó para ver si volvían a salir a la superficie pero fue inútil,
nadie asomó entre las tranquilas aguas.
¿Quién
le había sacado del agua? ¿Tal vez un delfín amigo de los bañistas despistados?
¿O quizás…? No, no podía ser,… las colas que vio cuando estaba en medio del mar
tenían escamas,… y los delfines no las tienen y no tienen voces de mujer…
Está científicamente probado que las sirenas existen y si no... debería estarlo.
ResponderEliminarYo estoy contigo
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