Cuando le telefonearon del banco no
pudo creer lo que escuchó a través del auricular:
“Su cuenta tiene un saldo negativo de
más de quinientos euros y acaba de llegar un cargo de su tarjeta de crédito de
doscientos cuarenta y cinco con noventa y nueve”.
Al principio se quedó callado como un
muerto pero poco a poco fue reaccionando hasta que consiguió articular palabra:
─ No entiendo cómo
ha podido suceder lo que me dice ─ consiguió hablar
por fin ─ pero también podría ser un error ya que yo no he usado
la tarjeta desde hace al menos doce días cuando fui a hacer la compra del mes
al supermercado.
─ Efectivamente ─
corroboró su informante ─ aquí hay un cargo del supermercado
de hace doce días por un importe de ciento cuarenta y siete euros con veinte
céntimos.
─ ¿Y qué saldo tenía
entonces?
─ Pues,
veamos,… arrojaba un saldo de mil ciento
treinta euros con sesenta céntimos. ─ Informó el bancario.
─ Entonces quiere decir que se han
disipado más de mil setecientos euros como por arte de magia.
─ No, como por arte de magia no, como
consecuencia de cinco compras realizadas con su tarjeta de crédito. ─
Puntualizó el informante. ─ Si tiene a bien pasarse por aquí le informaremos en
concepto de qué han sido realizados los cargos.
Andrés pasó del estupor a la rabia y de
la rabia a la desesperación. No podía poner en pie aquello que acababa de saber
y, por otra parte, no tenía posibilidad inmediata de hacer frente al agujero
económico que había que tapar y, casi con toda seguridad, lo más pronto posible.
Consiguió serenarse y comenzó a
vislumbrar que aquel descalabro era fruto de una suplantación de personalidad
como en los casos que habían contado en un programa de la televisión la noche
anterior.
Cuando quiso darse cuenta, María, su
mujer, le miraba con ojos de sorpresa y le estaba diciendo:
─… pero, Andrés, ¿qué es lo que decías
de mil setecientos euros y de la personalidad? No me despiertes hablando solo
que son las cinco de la madrugada y no hay que levantarse hasta las ocho.
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