Ya me he referido a golosinas naturales que
los niños y niñas disfrutábamos hace algún tiempo pero fue el otro día cuando
mirando los frutos aún verdes de uno de mis dos algarrobos (el otro es macho)
me acordé de este trío de ases (empiezan por “A”) que fueron delicia de mi
niñez y que ahora, cuando tengo un jardín con árboles, puedo volver a
disfrutar.
Los algarrobos eran, y creo que todavía lo
son, árboles bastante comunes en la sierra cordobesa, lo mismo que los almezos
y los azufaifos. No hace muchos días que recordaba junto a mis antiguos
compañeros de colegio las ínclitas almezas que nos vendía un buen hombre a las
puertas mismas de la institución escolar junto con los canutos de caña que
servían para disparar los huesos de las pequeñas drupas y que, por supuesto,
estaban totalmente prohibidas en el cole por el peligro, según nos decían, de
dejar tuerto a cualquiera de nuestros compañeros (cosa que, afortunadamente
nunca sucedió). Con las pepitas de las algarrobas se hacían rosarios por lo que
nadie perseguía su tenencia y mucho menos la azufaifa que comía durante el
recreo o después de fumarme un cigarrillo para que no me lo notaran en el
aliento cuando llegaba a mi casa.
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