Silenciosamente
la araña iba descendiendo agarrada a su hilo desde la telaraña de la lámpara
del despacho. Con la luz apagada y lo poco que alumbraban las farolas del
exterior el animalejo trataba casi en vano de orientarse en el espacio de la habitación.
El paso de un vehículo con las luces encendidas fue como un candilazo que le
hizo ver la cercanía de la caja de cerillas que había en el suelo junto a la
pata de la silla…
¡¡Horror!!
¿Qué es esto?, gritó si hubiera podido el arácnido.
Acababa
de aterrizar sobre la pequeña cajita cuando todo se movió como si de un
terremoto se tratara: el ratón con su rabo había volcado la caja de fósforos
produciendo un movimiento que fue demoledor para la araña. Gateó rápidamente
por su hilo mientras el hombre se volvía y agarraba la culata de la pistola que
llevaba en la sobaquera.
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