La
mosca estaba posada sobre la mesa del despacho cuando se apagó la luz. Poco a
poco intentó acostumbrar el mosaico de su visión a la oscuridad reinante
pensando en cambiar de posición para buscar un lugar más recogido y pasar allí
la noche.
Mientras
tanto se dedicó a acicalar sus alas llenas de polvo de todo un día en aquél
ambiente cerrado a cal y canto y lleno de humo del tabaco rubio que la
secretaria fumaba compulsivamente.
La
escasa iluminación de las farolas de la calle no le permitía encontrar un nuevo
posadero. Las luces de los autos que pasaban de vez en cuando por la calle le
permitieron vislumbrar la pantalla de la lámpara y, sin pensarlo dos veces,
voló en aquella dirección hasta que algo pegajoso interrumpió su vuelo.
Mientras se debatía intentando desembarazarse de la telaraña que sujetaba su
cuerpo escuchó el sonido de la caja de cerillas y vio cómo el abogado, que
estaba mirando por la ventana, se volvía rápidamente y echaba mano a su
pistola, lo que no pudo observar era que la araña se le venía encima…
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