martes, 8 de marzo de 2016

Mujer trabajadora



Llovía pausadamente, Parecía que la lluvia estaba dispuesta a seguir cayendo durante un tiempo casi infinito pues había comenzado a llover hacía más de diez horas y el cielo seguía mostrándose encapotado, con un color gris ceniciento que no daba lugar a hacerse ilusiones con que escampara.
Las ovejas parecían moverse más lentas que de costumbre y el pastor, encogido debajo de su capote, y con el perro de aguas junto a él, caminaba detrás, al mismo paso, arrastrando los pies por el barrizal en que ahora se había convertido el camino.
El atardecer daría pronto paso a la noche que se barruntaba tan mojada como había sido el resto de la jornada.
Luis contemplaba desde la ventana de su cuarto cómo el rebaño tomaba el camino del aprisco para resguardarse de los lobos durante la noche. Su padre, el pastor, cerraría bien el corral después de que entraran en el todas las ovejas, incluso “la Perla”, la más vieja de todas que siempre iba rezagada como reivindicando para sí una mayor atención del rabadán. Luego, más tarde, soltaría los dos mastines que harían la guardia nocturna. Mientras tanto su madre, que había sentido ya la llegada del marido, avivaría la lumbre y encendería los candiles para ver mejor mientras que preparaba la frugal cena: una sopa y torrezno que harían entrar en calor el estómago del padre. Ella, moviéndose como una sombra había tenido tiempo de traer leña seca del cobertizo, limpiar la casa, traer agua del pozo y, después de cenar iría a ayudar al marido en la labor de ordeñar.
Luis era un auténtico fan de sus padres, sobre todo de su madre, a la que admiraba por no quejarse nunca y demostrarles,  tanto a su padre como a él, un cariño inmenso. ¡Lástima que él no podía hacer mucho y tuviera que estar pegado a su silla con ruedas!

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