Es una casona construida cerca del barrio del
Naranjo cordobés. Concretamente a mitad de camino del puente de hierro del
antiguo ferrocarril Córdoba - Almorchón.
Conocí el lugar gracias a los “paseos de
émulos” que ya conté se celebraban cada semana en el colegio de los Maristas
donde estudié. Allí íbamos pues en él estaba ubicado el noviciado y podíamos
dejar la impedimenta que llevábamos para luego
dirigirnos al arroyo que pasaba bajo el puente de hierro con objeto de
pescar ranas y algún que otro remojón, amén de buscar algarrobas que estaban
buenísimas.
Cuando, después de terminar el bachillerato y
pasar dos años en Alcalá de Henares disfrutando con la tuna (para mi familia
estaba estudiando telecomunicaciones), volví a Córdoba, el director de los
Maristas me contrató (verbalmente por supuesto) para dar clase de matemáticas y
física a los novicios de Maimón y así estuve yendo tres días a la semana durante
tres años para trabajar y, sobre todo, descubrir mi vocación de docente.
En el Castillo de Maimón coincidí con uno de
mis antiguos profesores: el hermano Maurino, quien a la sazón ejercía allí como
prefecto. Un poco por llevarles la contraria a los “curas” o por mi sentimiento
de lucha contra la injusticia, conseguí que los novicios pasaran las Navidades
con sus familias, cosa que no había sucedido nunca en la historia del
noviciado.
Lo más curioso de mi relación con el edificio
fue que allí pasó su niñez mi abuela Isabel, la madre de mi padre, cuando era
propiedad de no sé qué condes o marqueses para quienes trabajaba mi bisabuelo.
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