Estaba casi segura de que no volvería a verle.
No tenía ninguna prueba tangible pero lo intuía, se lo decía el corazón aunque
su mente se resistía a creerlo. Intentó buscar pruebas que la hiciesen salir de
aquella duda que la traía por la calle de la amargura desde el día en que se
despidió de él sin siquiera darle un beso:
¿Por qué había sido tan estúpida al aceptar el
cargo sin pararse a pensar en los problemas que le iba a acarrear?
La cosa ya no tenía remedio, para bien o para
mal, ella era la jefa de personal y lo único que tenía seguro era que, al final
del ERE, tendría que firmar su propio despido.
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