… Leoncio se quedó
quieto y renunció a arrancarle la cabeza a la señora de un solo bocado. Eso sí,
se relamió de gusto pensando en lo que podría haber sido un manjar exquisito,
(la señora estaba de muy buen ver), pero después de olisquearla se dio la
vuelta y se tumbó al fondo de la jaula.
Un rumor de decepción se extendió entre
los que asistían mudos al acontecimiento: “¡Era imposible, el león no se había
comido la cabeza de la dama!”.
Todos estaban estupefactos pero la
señora no podía creer lo que le pasaba: Del susto se le habían pasado las
dichosas migrañas y saltaba de alegría por ello y por conservar la cabeza sobre
sus hombros.
A partir de entonces la gente sólo se
aproximaba a los barrotes de la jaula de Leoncio y, cuando éste saltaba
amenazador, el susto hacía el milagro de curar al enfermo.
Y colorín colorado…
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