“¡Cuidado!
No vayas a dejarlo caer”. Siempre la misma advertencia. Estaba harto de
escuchar sistemáticamente la misma canción como si él fuera idiota.
Primero
fue cuando cogía en brazos a su hermanito y sus padres se sobresaltaban de
temor, luego cuando el entrenador de atletismo le recordaba que el “testigo”
debía agarrarlo con fuerza hasta que se lo entregase al relevista siguiente,
después vinieron una y mil veces en las que tuvo que aguantar la dichosa
recomendación… pues ya estaba hasta la coronilla de que le dijeran siempre lo
mismo: la granada de mano la dejaría caer cuando le diera la gana porque era
libre, ¿está claro?
claro, libre de ser gilipollas!!
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