El cascabeleo del caballo y el balanceo del
coche le iban adormeciendo poco a poco hasta que dejó de escuchar el sonido y
se sumió en un sueño profundo y reparador.
Recorrió calle a calle y plaza a plaza la zona
antigua de la ciudad sin disfrutar de los monumentos que iban pasando junto a
él y no despertó hasta que el frenazo del caballo le sacó de su modorra. Miró
el reloj y comprobó que, como siempre, había tardado cincuenta minutos en el
recorrido. Menos mal que el caballo se sabía el camino de memoria porque los
“guiris” que había paseado no se habían percatado de nada.
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