lunes, 5 de noviembre de 2018

Mis crónicas de Palma: Segunda entrega


         Mi primer destino fue el colegio que se ubicaba en el barrio de la Soledad y que era conocido como Colegio Duque y Flores aunque en realidad era una sección del Colegio San Sebastián que se ubicaba, como hoy en día, al final del Paseo Alfonso XIII.
         El centro escolar era de lo más deprimente que uno se podía echar a la cara: tres micro escuelas dobles y un par de aulas de construcción antigua.
         Las micro estaban en un estado deplorable con los techos de uralita rajados que se calaban en cuanto comenzaba a llover y el patio era fiel reflejo de lo que era todo el barrio: una pequeña extensión de tierra con una cancha de cemento cuarteado para intentar jugar al baloncesto.
         La minúscula y tenebrosa (sólo tenía un ventanuco) sala de profesores era el lugar donde nos reuníamos los maestros que estábamos libres de clase para “arreglar el país”, corregir y preparar las clases.

        

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