miércoles, 23 de mayo de 2012

Se parecía al Padre


- Afortunadamente no se parece a su padre, - dijo Doña Engracia cuando salió de la habitación.
- Pues tampoco se parece demasiado a la madre y, sin embargo, ha salido de sus entrañas y yo he sido testigo, - repuso Francisquita con un cierto retintín en la voz.
- Lo mejor que podemos hacer es callarnos que en boca cerrada no entran mosquitos – sentenció Doña Engracia.
- ¿No eran moscas? – preguntó la fámula y completó – En boca cerrada no entran moscas.
- Eso será en la tuya que la tienes bien grande pero yo soy una señora y tengo boquita de piñón – apostilló  la Doña.
- Según para qué – rezongó por lo bajo Francisquita.
- ¿Decías algo, Francisquita? – preguntó malhumorada Doña Engracia.
- No, nada,… hablaba conmigo misma,… cosas mías… - se defendió la criada.
Bajaron la escalera y cruzaron el patio porticado, la señora se fue a su gabinete y Francisquita a la cocina a preparar el almuerzo para toda la familia como era su obligación.
Carolina, la hija menor de Doña Engracia hacía tres días que había dado a luz a su primer hijo y acababa de trasladarse desde el hospital hasta la casa de su madre con el fin de reponerse según los consejos maternales que no escondían otra cosa sino el mantener alejado de su hija al novio no deseado que le había dejado embarazada a su hija de su corazón.
A la hora de comer, Doña Engracia le ordenó a Francisquita que preparase una bandeja para que Carolina no tuviera que bajar al comedor y, cargada con ella y, bajo la atenta vigilancia de la señora, subieron al dormitorio donde descansaba la recién estrenada madre.
- No te levantes, Carolina, - ordenó la madre con cariño – Francisquita te lo ha preparado todo en una bandeja.
Ayudó a su hija a incorporarse y le colocó un almohadón en la espalda para que estuviese más cómoda.
- Trae la bandeja, Francisquita, - dijo Doña Engracia arrebatándosela de las manos para colocársela a Carolina en el regazo.
Francisquita se quedó mirando al bebé, que dormía plácidamente en su cuna, con cara de tonta. No en vano ella también estaba ya en la casa cuando nació Carolina y la quería como a una hija.
- ¿Se puede saber qué estás mirando con esa cara de bobalicona? – inquirió Doña Engracia con un tono un tanto receloso.
- Pues nada, - respondió – me fijaba en lo que se parece a su padre y a su madre.
- Se parece a su madre – decidió la señora – porque de Antonio no tiene ni el aire.
- ¿Cómo va a parecerse a Antonio, mamá? – terció Carolina –si acaso se parecerá a Don Matías.
- ¿A Don Ma-tí-as? ¿Al cu-ra? – silabeó Doña Engracia desmayándose acto seguido ante la mirada atónita de Francisquita.


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