Quería
gustar a todo el mundo pero sólo conseguía el rechazo más humillante. Lo
intentó de todas las maneras que se le ocurrieron y nada, no había nada que
hacer, todo fue en vano, hasta que un día, posiblemente el día menos pensado,
sucedió el milagro, la “inversión copernicana”: Todas querían ser amigas suyas,
todas querían hacerle su confidente, el depositario de sus secretos a voces.
Ahora siempre se encontraba rodeado de chicas que se disputaban su atención y
luchaban entre sí por acapararle.
¿Qué
había pasado? ¿Qué sucedió para que este cambio radical se produjera? Pensó y
pensó pero, por más que lo pensara, no fue capaz de encontrar una explicación
que justificara la nueva situación de su persona con respecto a “ellas”, pero,…
¿y con respecto a “ellos”?, ¿acaso no le miraban con envidia?, no estaba seguro
del todo aunque percibía que le observaban de manera diferente:
Un día
lo comprendió todo, fue cuando decidió declarar su amor a Conchita que le tenía
loco desde la más tierna adolescencia. Después de escucharle con cara de
sorpresa mayúscula, ella le preguntó: ¿Pero tú no eras gay?
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