“Eran las cinco en punto de la tarde
Eran las cinco en todos los relojes”
…
Andrés recitaba mentalmente el poema de
Lorca mientras esperaba el momento más importante de su vida después de su
propio nacimiento. Su nacimiento, ¡qué lejos estaba ya aquél día en que su
madre dio a luz a su quinto hijo (no hay quinto malo), a su Andrés de su alma y
de sus desvelos!, desvelos, sí, desvelos, porque Andrés no había sido un niño
difícil pero sí un tanto rebelde sobre todo en lo tocante a los estudios y a la
elección de su futura profesión.
Su madre hubiera querido que fuese
Ingeniero como había sido su padre a quien no conoció ya que murió en un
accidente dos meses antes de que Andrés naciera, era pues hijo póstumo y por
eso fue su madre la encargada de velar por el porvenir de sus cinco vástagos,
todos ellos varones y todos ellos médicos menos Andrés a quien los libros le
daban alergia o algo parecido porque no había querido tocarlos a partir de la
adolescencia que es donde se suelen agudizar este tipo de enfermedades según
decía Federico, el hijo mayor, que era especialista en medicina interna y algo
debía saber al respecto.
Pero hoy era para Andrés el día más feliz
de su vida, era el día de su debut, el día que había estado esperando desde que
acudió por vez primera a la escuela de tauromaquia donde su amigo Antonio se
preparaba para ser torero, torero sí, matador de toros y, casi con toda
seguridad, figura del toreo al cabo de pocos años.
El sonido de los clarines le despertó de
su ensimismamiento, tenía que prepararse porque la puerta de cuadrillas ya
estaba abriéndose. Se colocó bien el sombrero de ala ancha y se estiró la
chaquetilla del traje corto, cuando acabase el paseíllo y sonasen de nuevo los
clarines, él tenía que abrir la puerta de toriles y dar larga al primero de la
tarde.
JF, por favor sigue con el relato (me has "enganchao"), si te veo en la plaza el sabado, ya me contarás el final de la faena de Andrés.
ResponderEliminarNo nos vimos en la plaza pero el final del relato sí está en el blog
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