La puerta se cerró de golpe y me quedé a oscuras.
Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la nueva situación y, como la
oscuridad no era absoluta, fui descubriendo las características del lugar en el
que me encontraba.
Se trataba de una estancia bastante amplia. Había una
mesa y dos sillas en el centro y un espejo ocupaba la mayor parte de uno de los
testeros de la habitación. No había ningún tipo de decoración y sólo una puerta
que era por la que yo había entrado.
Lo cierto es que me había metido en la boca del lobo
sin que nada ni nadie me hubiera obligado a ello. Los hechos se habían sucedido de tal manera
que yo no había podido controlarlos por más que lo había intentado.
La historia comienza un par de semanas antes cuando
me disponía a ponerme cómodo después de cenar. Aquella noche yo no tenía
previsto salir de copas pero fue Luis quien me telefoneó y me convenció para
que le acompañara pues había quedado con una compañera del trabajo y ésta iba a
ir con una amiga. Fue así como conocí a Shandra. Era una chica de unos treinta
y tantos años, pelo castaño oscuro, ojos verdes de mirada un tanto salvaje,
boca generosa con unos labios llenos y turgentes, poseía una figura esbelta y
curvilínea con un caminar ligero y elástico, en definitiva, una bella mujer en
su mejor momento.
Después de la segunda ronda de bebidas la compañera
de Luis dijo sentirse indispuesta y él la acompaño a su casa con lo que nos
quedamos solos y dispuestos a pasarlo lo mejor posible. Cambiamos de local y nos
fuimos a una pequeña discoteca que acababan de inaugurar y bailamos, charlamos
y bebimos hasta el amanecer.
Cuando salimos a la calle el sol ya estaba iluminando
la mañana y tomamos un taxi que nos llevó a las puertas de su casa. Era un
antiguo edificio de tres plantas con una fachada que me recordaba a alguna
mansión de las que sólo se ven en las películas inglesas. Por iniciativa mía,
intercambiamos nuestros números de teléfono y nos despedimos hasta otra ocasión.
Unos días después recibí un mensaje de texto de
Shandra en el que me decía que lo había pasado muy bien conmigo aquella noche y
que le gustaría repetirlo el próximo sábado.
La llamé a su teléfono pero no me contestó así que le
respondí afirmativamente a su propuesta a través de un mensaje en el que le
decía que la recogería a las nueve y media en la puerta de su casa si no tenía
inconveniente.
Estuve el resto de la semana nervioso y deseando que
llegase el momento de la cita pero a las ocho de la tarde sonó mi teléfono.
- Hola, soy Shandra, - me dijo con voz lacónica. Y
sin esperar mi respuesta continuó – no pases a recogerme porque hoy me es
totalmente imposible salir contigo. – y colgó.
Me quedé de una pieza y tardé en reaccionar. Cuando
la llamé por teléfono sólo escuché el tan sabido mensaje: “El teléfono marcado
está apagado o fuera de cobertura en este momento”.
Mi cabeza era un hervidero de ideas estúpidas y,
después de intentar alguna alternativa, decidí salir a la calle sin rumbo fijo.
No sé como sucedió pero cuando quise darme cuenta estaba aparcando en la acera
de enfrente de su casa. Miré mi reloj, eran casi las doce de la noche, llevaba
vagando por las calles casi tres horas y no me había dado ni cuenta de ello. La
luna llena se reflejaba en los cristales de la casa y, cuando más ensimismado
estaba, se abrió la puerta y un enorme animal con aspecto de lobo asomó la
cabeza y después salió corriendo alejándose de mi posición.
No pude refrenar el deseo de seguirlo y puse en
marcha el motor del coche para iniciar una persecución a gran velocidad. De
pronto el animal desapareció de mi vista y, cuando estaba a punto de llegar a
la intersección a toda velocidad, me salió por la derecha sin que tuviera
tiempo a reaccionar. El golpe fue tremendo y vi volar a la fiera que cayó al
suelo y se quedó inmóvil.
Salí del coche y me acerqué despacio al bulto inerte
aunque me pareció que se removía y me detuve en seco. Aquella cosa estaba convulsionando
y transformándose ante mis horrorizados ojos. Cuando acabó su metamorfosis me
quedé helado: tenía a unos metros de mí a Shandra completamente desnuda y en
medio de un charco de sangre. Mi capacidad de movimiento desapareció y sólo
reaccioné cuando alguien dijo a mis espaldas:
- Queda detenido por conducción temeraria con
resultado de homicidio. Haga el favor de no hacer ningún movimiento extraño.
Y sentí unas esposas cerrándose en torno a mis
muñecas. Como un sonámbulo, y sin dejar de mirar a Shandra, me dejé llevar
hasta el coche-patrulla que me condujo a la comisaría de policía donde me
encuentro.
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