martes, 2 de junio de 2015

La excepción confirma la regla



         Cuando entré en la sala de espera una muestra de “michelines” embutidos en ropas ajustadas me recibió. Ellas eran seis todas gordas y orondas y ellos sólo tres pero igual de obesos. Les miré a través de los oscuros cristales de mis gafas de sol y me senté en el primer asiento que estaba libre. Pensé: al lado de esta gente yo podría parecer un tipo delgaducho aunque estoy un tanto rellenito.
         De pronto las miradas de los dos hombres y las tres mujeres que se sentaban frente a mí se volvieron al unísono en dirección a la puerta de entrada como si un invisible resorte les hubiera movido. La mujer que acababa de entrar era un canon de la especie: una cara preciosa enmarcada por una media melena morena y un cuerpo que quitaba el hipo al más pintado. Avanzó con paso decidido sin siquiera dedicarnos una fugaz mirada y fue a sentarse en el asiento situado al final de la sala donde sacó su teléfono móvil y se enfrascó en su contemplación como si de un objeto hipnótico se tratara. Observando a la una y a los otros pensé que en aquella ciudad todas las personas eran gordas… porque “la excepción confirma la regla” y, para más INRI, al día siguiente en la misma sala de espera había cuatro gordos y tres gordas. Estuve esperando más de dos horas pero la “excepción” no volvió a aparecer.

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