Había sido una tarde de calor sofocante
pero cuando el sol se escondió detrás de la última duna, la temperatura comenzó
a bajar de forma apreciable.
Andrés pensó que si había llegado vivo
hasta las cercanías del oasis, podría avanzar ahora aunque fuese a gatas hasta
la laguna o el pozo que suponía habría en el interior del pequeño palmeral.
Intentó ponerse a cuatro patas pero
sólo consiguió estirar uno de sus brazos sintiendo un dolor que se le clavaba
hasta el tuétano de los huesos. Decidió esperar hasta que el frescor de la
noche le devolviera la vitalidad necesaria pera intentar acercarse a su
salvación.
Las horas fueron avanzando de forma
inexorable hacia el siguiente amanecer y Andrés únicamente pudo arrastrarse una
decena de metros. Se puso boca arriba y, taloneando en la arena, consiguió
arrastrarse unos metros más pero no era suficiente, aún le faltaban unos
cincuenta para alcanzar el palmeral.
La claridad que comenzó a iluminar el
horizonte le hizo sobrecogerse de temor: el nuevo día estaba próximo y el calor
acabaría con las escasas energías que conservaba.
Se concentró y, desde lo más profundo
de su ser, sacó la fuerza suficiente para levantarse y correr a trompicones
buscando el agua, pero ya era tarde… demasiado tarde… su loca carrera no era
más que un espejismo y, cuando miró hacia atrás, pudo ver su cuerpo exánime
tendido cara al sol que acababa de asomar por detrás de las dunas.
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