La Antonia le dejó el bar a su único
hijo Pepe, al que todos llamábamos irónicamente “el Bello”.
Pepe amplió el tamaño del bar pero su
falta de conocimiento le hizo tener un bar impredecible o sorprendente cuando
menos. Lo regentaba junto a Mercedes, su mujer, que no era mucho más espabilada
que él. Allí nunca sabías la marca de cerveza que ibas a beber ni si estaría
fría o caliente, lo mismo que el vino. Para ilustrar esta característica voy a
contar una anécdota que nos sucedió:
Estábamos en Playa Bella junto con mi
compadre Carlos y su mujer Mari Carmen y otra pareja de amigos, Natacha y Pedro
Luis. Fuimos a tomar una copas y algo para picar y nos recibió Mercedes con un
sombrero de paja calado hasta las cejas y su sonrisa bobalicona.
Pedimos la bebida
que, sorprendentemente, estaba fría y mi compadre se atrevió a pedir el
picoteo:
─ Mercedes, ¿tienes
unas sardinitas?
─Ziii ─
afirmó mientras se quitaba el sombrero y justificaba su atuendo ─
Es que vengo de coger “frijones” (guisantes).
─¿De esas de la
barca, fresquitas? ─ Continuó el compadre haciéndosele
la boca agua.
─ Claro que están
fresquitas, la lata la tengo en el frigorífico
─ Remató con aire triunfante por podernos atender bien.
La cara de Carlos pasó de la alegría a
la decepción en menos de un segundo. Nos aguantamos la risa para no ofender a
la pobre Mercedes que se dirigió al frigorífico en busca de las “sardinitas”.
Ante tan elocuente y expresiva narración de este hecho, yo tampoco me atrevo a hacer comentario alguno. Ha quedado suficientemente claro.
ResponderEliminarPido disculpas si antes me he inflado de reir...